lunes, 26 de noviembre de 2012

Domingo gris.

Los domingos en general suelen ser días apacibles, tranquilos. La conclusión de la semana, el día de descanso antes de volver a empezar la rutina de nuevo.

Cuando despierto, me asomo a la ventana. Observo el descenso de la lluvia sobre una ciudad que rebosa silencio y tranquilidad, tal vez en exceso.

En cierto modo, mi corazón y mi mente se asemejan comparativamente a la escena que diviso a través de esa ventana: un páramo solitario, vacío, donde solamente reina un silencio ensordecedor, que únicamente es salpicado por el sonido de la lluvia.

Me asomo un poco más. Deseo sentir la lluvia en mi rostro. Recordar la belleza de sentirse vivo y dueño de tu propio destino, bajo un cielo gris que vierte sus lágrimas sobre tu alma, concediéndote otra oportunidad para seguir soñando.

No transcurre mucho tiempo hasta que tengo el cabello y el rostro bañado por la lluvia. Retrocedo hacia mi habitación. Cerca, está mi guitarra española. Mi primera guitarra. Si, recuerdo su historia. Desdeñada al olvido durante largo tiempo, en otros tiempos también un regalo para alguien especial. Ahora te acompaña a casi todas partes.

Alcazo su tacto, y la acomodo entre mis brazos. No puedo pensar en nada, solamente en la imagen que he visto hace unos segundos. Fluyen notas de una melodía menor. Esas que tanto me gustan, pues no negaré que siempre he sido un poco melancólico. Al mismo tiempo, también vienen recuerdos a mi cabeza: lejanos, cercanos, buenos, malos... Golpean y resuenan en tu cabeza los errores, la desconfianza, y las oportunidades echadas por la borda tóntamente.


Desconozco el transcurrir del tiempo. Los acordes siguen sonando.

Ahora, pienso en lo que está por llegar. Tampoco sé a ciencia cierta el qué, ni el cómo, ni cuándo ocurrirá. En el fondo, espero con ardor que conlleve la realización de mis metas, pero hay algo más. Esperas también a la persona que esté ahí para compartir lo que tu guitarra traduce desde el fondo de tu alma.

Tal vez, a quien comparta esos domingos grises que están por venir, y que ya no serían tan grises ni solitarios como este. Alguien que ilumine los días como la luz del sol al amanecer tras una fría noche de tormenta.

De pronto, sobre la guitarra cae una fina lluvia; la misma que se encuentra fuera y que arrecia, en un domingo, frío, solitario, y gris.

Limpio las lágrimas celestiales vertidas en el antiguo instrumento, y no puedo evitar esbozar una sonrisa cuando pienso que ni es demasiado tarde para soñar, ni demasiado temprano para sonreir. Y menos en un día como hoy.

=)



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